jueves, 3 de abril de 2008

La dama indignada

-- ... ¡y tan correcto que se había comportado al principio! Como te lo cuento, Carolina. Si por mi culpa –que yo atribuyo a las circunstancias, sin duda- pudo él ver en mí un atisbo de interés, debió comportarse como un caballero, sin aprovechar la situación. En esto radica, amiga mía, la diferencia entre un hombre educado y cortés y un truhán. Digo yo, ¿o no? Pero nada, él tan tranquilo, tirándome los tejos sin recato; de manera afable, eso sí, hasta con elegancia, para qué negarlo, pero no dejaba de ser una situación incómoda. Y al final pretendía invitarme a cenar en su casa ¡esta misma noche! La vergüenza que sentí, el rubor que se apoderó de mis mejillas fue de tal intensidad que hasta el camarero se me quedó mirando.
-- Pues, desde luego, ha debido de ser una experiencia ...
-- ... terrible, diría yo; e inconveniente. ¡Pero es todo tan confuso y ambiguo! Lo más penoso ha sobrevenido esta mañana, cuando he llamado a mi marido y le he dicho “Juan, esta noche tengo partida de bridge en casa de Carolina. No me esperes despierto” ¿Comprendes ahora porqué requiero tu complicidad y prudente amistad, querida?


© 2005, Luis Torregrosa López.

2 comentarios:

Isabel Segura B. dijo...

No sé yo si Carolina cederá o se indignará también ella y...
Veo que sigues con tu buen saber hacer en el mundo de las letras, un placer volver a leerte.

Luis Torregrosa dijo...

¡Vaya usted a saber! Un día hablaremos de Carolina. Un abrazo Isabel.