lunes, 2 de junio de 2008

Vagos



El clan renovaba el fuego cada noche desde hacía varias generaciones. La entrada a la caverna estaba protegida por una fogata siempre humeante: lugar de calor y comida; de juegos, danzas y ritos. Al caer la tarde se agitaban las ascuas y con nuevo troncos se alzaba la gran hoguera: poder y fuerza, seguridad.

La tribu dedicaba la mayor parte del tiempo al descanso. La caza, en la estación de sequía, era abundante pues resultaba fácil acercarse a las piezas emboscados en los recodos del río. La precaución del ciervo y el jabalí no era bastante frente a la astucia de los hombres, ordenados en arco, dispuestos con lanzas y mazas a dispensar la muerte al menor descuido.

El tiempo transcurría sin más contratiempos. La prosperidad se manifestaba en un aumento considerable de nacimientos y en una mayor longevidad de los miembros de la comunidad. Hasta que algunos pocos comenzaron a dedicar su imaginación y maestría a decorar la techumbre de las grutas interiores, lo que motivo las primeras acusaciones.


© Luis Torregrosa López, 2007.

11 comentarios:

Isabel Segura B. dijo...

Los primeros graffitis y las primeras acusaciones ... ¡qué dura es la vida del artista desde los siglos de los siglos!
Un abrazo.

Unknown dijo...

"El arte, ese mundo de sinvergüenzas"

montse dijo...

Veo que la dura vida del artista, ya se remonta al tiempo de las cavernas!!
Siempre me he imaginado que, cuánto y cuánto arte debe quedar en la penumbra!!... Qué dificil debe ser encontrar a alguien que pueda llevar de la mano al artista, para que aparezca su obra a la luz pública!!
Muy buena imagen para acompañar el relato!!
Un abrazo.

Javier dijo...

¿Vagos?, ¡cultos!.
La prosperidad les facilitaba el tiempo libre que dedicarón a cultivar la inteligencia. La potente cultura griega y romana fue posible porque los esclavos se ocupaban del cultivo de la tierra para que sus amos se centaran en el cultivo del espíritu. No es correcto, pero es lo que hay.
Hoy, ordenadores, máquinas y demás artilugios son los encargados de regalarnos el tiempo para que todos seamos amos. Eso parece.

Anónimo dijo...

Me pregunto qué era de las mujeres entonces... en la cueva, en la incertidumbre, en la guarda de los niños, esperando siempre, esperando a nada, al servicio del héroe de la caza y de la supervivencia a los terrores de las cuevas... ¿sin contratiempos, dices? Yo más bien me lo imagino al contrario...

Caos Alfa dijo...

Jeje, muy bueno y curioso el relato. Parece interesante el blog, le dedicaré un tiempo para verlo.

Venga, un saludo!

Luis Torregrosa dijo...

Eh, eh, eh, ¡la ironía del relato! Que nos perdemos ...

Isabel Segura B. dijo...

¿Nos perdemos? pues yo la he saboreado todita toda.
Un abrazo.

Luis Torregrosa dijo...

ISB, no era por tu comentario, sino por el de mi buen amigo Javier y el del anónimo. Bueno, gracias a todos.

Manuel Trujillo Berges dijo...

Irónico, ciertamente... Pero qué dura la vida del artista, y qué dura la vida de la mujer (y la del hombre) en esos tiempos... y en estos... ¿o no?.

Unknown dijo...

No, Manuel. En aquellos tiempos todo estaba mucho más claro. Salías, cazabas un mamut, lo ponías a curar y ¡Hale! comida para tres años. Lo complicado era convencer al mamut para que se muriera, que a veces los jodíos no querían, y se te arrancaban por menos de nada.
Y luego, si tenías algún enemigo y la suerte de que te volviera la espalda un segundo, siempre podías ofrecerlo en sacrificio a los dioses para aplacar sus iras. Así, todos contentos.
Eso se estropeó cuando aquellos malditos hippies empezaron a pintar la cueva en vez de salir a recolectar hierbas, y las pocas que recolectaban encima las usaban para endrogarse.
Hoy, con la hipoteca, la letra del coche y el plan de pensiones nos han hecho perder las buenas costumbres.
Como dije más arriba, y me reitero en ello: "ese mundo de sinvergüenzas..."