viernes, 27 de junio de 2008

Gente común


Eran un puñado de hombres y mujeres seleccionados. Había blancos y mestizos; de diferentes culturas y lenguas; de gustos diversos y absolutamente desconocidos. Eran todos ellos respetables, buenos vecinos y ejemplares ciudadanos, amantes de sus familias y entregados al trabajo: amas de casa, ejecutivos, administrativas y hasta un estibador del puerto. Guardaban el silencio y la atención debidas y todo en ellos era sentido común y responsabilidad. Por eso a nadie le pareció extraño que a la pregunta del magistrado contestará la portavoz de todos ellos: pena de muerte.


© Luis Torregrosa lópez, 2001.

martes, 24 de junio de 2008

Los cuentos de Caín

(La Bible - Cain et Abel, Marc Chagall)

Cuando mi madre me llevaba en su vientre, padre le contaba cuentos extraños que producían sueños inquietos. Madre se recostaba sobre la almohada y debía escuchar las narraciones hasta que le apresaba un duermevela gris. Aquellos encantamientos que rodearon a mis primeros latidos son hoy pesadillas que me devoran en la noche; y al alba, con las primeras luces, me despierto angustiado, bañado en sudor y con miedo, mucho miedo. Pero tengo el consuelo de mi madre que cada mañana, cuando me oye sollozar, me atiende solícita y tierna.

—No te apures, mi niño. Padre ya murió.


Ciudadanos de ficticia: autores de México, Argentina, Colombia y España.
México : Ficticia, 2001. ISBN: 9685382026

© Luis Torregrosa López, 2001.

sábado, 21 de junio de 2008

Retrato de familia

(Familia Saying Grace, Antoon Claeissins, 1585. Wikimedia Commons, PD)


En casa, como buena gente del norte, nunca gritamos. Jamás. Ni discutimos ni hay conflictos entre nosotros. Nunca. Así nos educó mi madre y a ella la suya. La abuela decía que la familia es nuestra fortaleza, el cimiento de nuestra vida, y no cabe socavar ni asaltar tan preciado bien bajo excusa alguna. Y aquí me tenéis, en la penumbra, acechando por si veo otra vez a ese ángel pelirrojo que es mi sobrina.

© Luis Torregrosa López, 2008.

miércoles, 18 de junio de 2008

Primera vez


Al mirar a esa mujer que permanece en la cama, cualquiera nota su perturbación y extravío. Al prestar más atención, si nos aproximamos lo bastante y fijamos nuestros ojos en los suyos, observaremos que en el fondo, más allá de sus pupilas, enfocado sin dificultad, se puede ver el gesto colérico de un hombre con la mano alzada sobre ella por primera vez.

© Luis Torregrosa López, 2008

lunes, 16 de junio de 2008

Anónimos


Los hombres sin historia acordaron un día llevar la insignificancia de su existencia a un lugar más acogedor. Desde entonces aquella tierra quedó huérfana de acogedores anónimos, aplastada por una muchedumbre de versados de la afectación y peritos del poder.


© Luis Torregrosa López, 2008

Idólatras



Tras los ojos de aquella hermosa mujer se escondía toda una vida por perfilar que temió arruinar con su voraz lujuria, así que se alejó de ella para dedicar el resto de sus días a leer novelas de amor.
© Luis Torregrosa López, 2008

sábado, 14 de junio de 2008

viernes, 13 de junio de 2008

Retornos


El viejo sentado a la puerta de la escuela no se ha perdido: extravió el alfabeto de las veintisete letras para despertar en la infancia.


© Luis Torregrosa López, 2008

miércoles, 11 de junio de 2008

Gimnasia



Don Antonio era hombre flexible, de brazos extensos y piernas fibrosas, con un suave aire de atleta explosivo. A Don Antonio le gustaba dar clase de gimnasia en el patio, fuera invierno o verano, cayera la helada o derritiera el sol. Don Antonio, hombre de poco mundo y mucho deporte, saltó aquella tarde al campo con la levedad de siempre. Rápido, diestro y con maña, durante los primeros quince minutos agotó a los rivales en un sinfín de escaramuzas de balón. Luego sobrevivió en el terreno como pudo. Ya en la segunda parte, Don Antonio había perdido el fondo, el tipo, el pan y la sal y, en dos bocanadas, se nos fue para siempre. A Don Antonio lo enterraron con poca ceremonia y muchos llantos de la viuda a la que hoy, fondón y barrigudo, sigo consolando noche sí, noche también.

© Luis Torregrosa López, 2008

lunes, 9 de junio de 2008

Carísimo



Carísimo dueño y hermano mayor:

Me interrogas presuroso sobre esta primera experiencia y debo decirte que en tan agotadora tarea pierdo hasta la médula, por lo que sería de consideración por tu parte no apremiarme. Por otro lado, el cambio ha sido notable al pasar de un juego de manos que era ya un hábito con su rutina y sus tiempos, a la delicada intromisión en casa ajena plena de detalles para mi goce y extenuación.

P.D. Aunque no me importe demasiado, creo que si la cubierta de latex tenía la finalidad de aislar a los lanceros del cubículo, has tenido mala fortuna.


© Luis Torregrosa López, 2008

sábado, 7 de junio de 2008

Guisote de collejas con espuma de mar

(Cabo de Gata. © Alberto Conde)
Dedicado a la memoria de Alberto Conde, que falleció el pasado dos de mayo

Le gustaba dar de comer a los gatos aquello que rascaba de la olla. Era vieja y su vista hacía tiempo que flaqueaba. Tenía la cara alquitranada del sol alpujarreño, siempre sentada a la puerta de la casa, con la persiana golpeando a poco que moviera el viento. Aquel verano la llevaron a conocer el mar en Gata, un sueño antiguo de juventud. Al llegar a la playa le faltaba el aire con la emoción. Le dispusieron un asiento frente a la orilla y saboreó cada murmullo de las olas, la espuma del agua que jugaba entre sus dedos y la fresca caricia de la arena húmeda. Casi podía oir a los piratas berberiscos acercarse, recordando con precisión las historias que había escuchado desde niña y que su padre le contaba una y otra vez. Ensimismada, no notó acercarse un gato cobrizo que, de inmediato, saltó a su regazo. Ella lo abrazó y sacó de su bolsillo un trozo de galleta. "Hoy es fiesta, toma un dulce", le dijo, "mañana, en casa, guisote de collejas".
© Luis Torregrosa López, 2008

viernes, 6 de junio de 2008

El fantasma de la ópera


El suelo de la Ópera Garnier de París es discreto. Charles Garnier quiso que así fuera para que el esplendor sobrecargado del neobarroco en columnas, capiteles, techos y lámparas pudiera apreciarse sin distracciones.

Gastón Leroux escribió su novela, El fantasma de la ópera, situando a los protagonistas en ese espacio y al fantasma -Erik- como hijo deforme de un maestro de albañilería que había trabajado en la construcción del edificio. Conocedor de que los asistentes a las representaciones no entretenían su mirada en los espacios monótonos, es leyenda que se escondiera en pasadizos secretos para ocultarse. Al contrario, paseaba por el edificio con total libertad, confundido el color de su alma común con el gris de la media altura.

Erik fue visible para la corista, sí, y también para los mendigos de la entrada a quienes contaba su estancia en Persia en largas narraciones, como si fuera uno de los cuentos de Las mil y una noches; y les hacía permanecer atentos a la música que se filtraba amortiguada y empobrecida por los excesos de la decoración al tiempo que les refería la historia de Las vísperas sicilianas o Romeo y Julieta de Berlioz. Erik sabía de música, más que nadie, era un compositor excelente atrapado en un mundo de fantoches, apariencias y desvaríos de lujo. Erik es cada uno de aquellos fantasmas con los que nos cruzamos todos los días, que tienen el color de las aceras de una capital de provincia y nuestra total indiferencia.

© Luis Torregrosa López, 2008

miércoles, 4 de junio de 2008

La flor


Habían pasado sólo dos días desde que la yema del índice de su mano derecha sangró por culpa de la espina de un rosal, cuando de la herida comenzó a brotar un hombre nuevo. Primero los cambios se extendieron por los brazos hasta llegar a los hombros y luego se apoderaron de su cabeza, dejándose caer más tarde por el resto del cuerpo. Todo en él se convirtió en suave terciopelo, fragancia de aromas sutiles y tonos vivos, chillones como el sol cegador del verano. Al explotar la floración creyó reventar en un oleaje de dichas, hasta que llegó el jardinero y lo decapitó.


© Luis Torregrosa López, 2008.

lunes, 2 de junio de 2008

Vagos



El clan renovaba el fuego cada noche desde hacía varias generaciones. La entrada a la caverna estaba protegida por una fogata siempre humeante: lugar de calor y comida; de juegos, danzas y ritos. Al caer la tarde se agitaban las ascuas y con nuevo troncos se alzaba la gran hoguera: poder y fuerza, seguridad.

La tribu dedicaba la mayor parte del tiempo al descanso. La caza, en la estación de sequía, era abundante pues resultaba fácil acercarse a las piezas emboscados en los recodos del río. La precaución del ciervo y el jabalí no era bastante frente a la astucia de los hombres, ordenados en arco, dispuestos con lanzas y mazas a dispensar la muerte al menor descuido.

El tiempo transcurría sin más contratiempos. La prosperidad se manifestaba en un aumento considerable de nacimientos y en una mayor longevidad de los miembros de la comunidad. Hasta que algunos pocos comenzaron a dedicar su imaginación y maestría a decorar la techumbre de las grutas interiores, lo que motivo las primeras acusaciones.


© Luis Torregrosa López, 2007.