Eran un puñado de hombres y mujeres seleccionados. Había blancos y mestizos; de diferentes culturas y lenguas; de gustos diversos y absolutamente desconocidos. Eran todos ellos respetables, buenos vecinos y ejemplares ciudadanos, amantes de sus familias y entregados al trabajo: amas de casa, ejecutivos, administrativas y hasta un estibador del puerto. Guardaban el silencio y la atención debidas y todo en ellos era sentido común y responsabilidad. Por eso a nadie le pareció extraño que a la pregunta del magistrado contestará la portavoz de todos ellos: pena de muerte.
© Luis Torregrosa lópez, 2001.
7 comentarios:
oh!
Hachazo verbal!
Ironía divina!
Un beso
Un buen mazazo este final.
Te felicito.
Difícil obligación, la de juzgar y condenar!!... No me gustaria tener que ejercerla, seria incapaz!!??
Nos obligas a cuestionarnos y eso es bueno!!... Gracias.
Un abrazo.
Un final de doble filo,como a mí me gustan.
Un abrazo.
Lena, las cosas como son resultan terribles. Un abrazo.
Ramón, Montse, juzgar es fácil, lo difícil es razonar para qué se juzga. Un abrazo.
Crisol, Isa, Crisol, el relato nace a raíz de un curso sobre la institución del jurado en Estados Unidos. Hay muy poca ficción en el texto, aunque no lo parezca. Un abrazo.
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