Al salir del colegio apretó la marcha entre el gentío con la mirada puesta en llegar cuanto antes. Sabía que el tiempo del que disponía era escaso y aún pudo acelerar más el paso. Entre los edificios descubrió con facilidad al que se dirigía. Tenia la resolución tomada y nada ni nadie iba a cambiarla. Franquearía el portal, subiría y se dejaría acariciar por aquel hombre mucho mayor que ella. Pero al llegar a la entrada de la finca, el joven conserje la retuvo primero, la lisonjeó después y como en un suspiro ella olvidó para siempre el destino de sus pasos. En el tercer piso, Vladimir aguardaba ya sin esperanza. Se inflamó de melancolía y terminó por exudar su más brillante obra: Lolita.
© Luis Torregrosa López, 2007.
4 comentarios:
A veces los desvíos trazan el mejor camino (aunque no lo parezca). Quizá porque como decía Nabokov 'las estrellas no tienen su verdadero reflejo más que a través de las lágrimas'.
Saludos
Impecable el relato, acompañado de una imagen impactante. Te felicito!
Isa, en este caso para todos; sin desengaño, ¿quién escribe sobre el amor? Un abrazo.
Ramón, demasiado generoso. Gracias, sigo relamiéndome con tus fotopinturas.
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