Telemaco Signorini [en dominio público], vía Wikimedia Commons
Las volutas de humo del cigarrillo subían hacia el techo caracoleando. No dejaba de fumar y beber. Sudaba. Me senté un instante para reponer fuerzas, alejado de la luz cenital, en la penumbra de la estancia. Los demás se sentaron también. Llevábamos ya ocho horas y aquello parecía no terminar nunca. Cuando me sentí algo aliviado volví a levantarme.
-¡Vamos, señores, que no estamos de vacaciones!-, grité.
Y nuevamente, con la rutina de cada mañana, cada tarde y cada noche, retomamos el trabajo: fui yo el primero en volver a golpear al preso.
-¡Vamos, señores, que no estamos de vacaciones!-, grité.
Y nuevamente, con la rutina de cada mañana, cada tarde y cada noche, retomamos el trabajo: fui yo el primero en volver a golpear al preso.
© Luis G. Torregrosa López (2001)